Con la emoción de esta primera carta y de esta nueva relación epistolar, me pasé tres pueblos (¡t’has passat tres pobles, noia!) —expresión local que tomo prestada en el mejor sentido, pues habitualmente se utiliza cuando el “pasarse” acarrea consecuencias desafortunadas.
Aún me sucede que la curiosidad me trae cada día nuevas palabras, y me permito girar el sentido de las expresiones para rescatarlas de las condenas en las que han sido encasilladas.
Esto mismo podríamos aplicarlo a las personas, ¿no?
O, como mínimo, a nosotros mismos.
En fin. Sin darme cuenta, “me pasé tres pueblos” y lo que debía ser el café dominical se convirtió en la sobremesa larga de domingo. Y, de verdad, valoro —ahora más que nunca— nuestro tiempo.
Como el coraje y el anhelo no van de demostrar nada sino de ser lo más coherente posible, he decidido dividir esta primera entrega en dos partes. Aunque no lo recomienden las estrategias de publicación digital —que poco saben de los impulsos genuinos y mucho de compensar la ingenuidad de pardillos—, un poco de desobediencia ayuda a habitar el alma.
Mármol o granito
Yo, en realidad, me imagino sirviendo el café en dos tazas sobre el mármol de la cocina, con sus manchas, rayones, algunos puntos desportillados y todas las huellas de lo que hemos cocinado con nuestra vida. Y hago hincapié en esto porque hace muy poco leí un fragmento que me conmovió de Ursula K.Le Guin, en su libro Contar es escuchar, en donde aclara de una manera casi poética, acerca de su naturaleza más cercana a las piedras areniscas, adaptativas y que dejan huella que no a la dureza inmodificable del perfecto granito. “Sigo aquí y sigo siendo barro, pero estoy llena de pisadas y huecos hondos y huellas y alteraciones. Me han cambiado. Tú me cambias. No me tomes por granito”.
Así me siento en este momento, cercana a la nobleza de los materiales que dejan ver con franqueza sus puntos débiles y sus cicatrices por el paso y el uso en el tiempo. Son adaptativos y no por ello son frágiles. Así me siento.
Pienso en el valor de la reprimida vulnerabilidad. Podría ser justamente el motor de impulso de nuestro humilde y ordinario cotidiano. Quizá lo “ordinario”, que enseña las manchas y a veces aparece desportillado, nos entrevele lo extraordinarios que somos y lo extraordinario que hay en lo que nos rodea.
Volvamos al mármol de toda la vida, con las tazas de café y con ganas de leer esa postal que has tomado bajo la puerta.
¡Ay!, pero espera un momento. Muy importante confesar que todo esto es nuevo para mí. Llevo una buena maratón de horas entendiendo esta plataforma, entre otras cosas, revisando decenas de veces cada botón y respirando con paciencia lo desconocido, técnicamente hablando, con humor y fe. Así que, si te llega mi versión de la tarta Tatin o algún párrafo despendolado, no te sorprendas y ríete de las cosas parecidas que, a ti, a ustedes, a vosotras, les suceden también. Las mejores recetas surgen de los errores más tremendos.
Vamos a ello (aunque la introducción ya fue una postal).
¿Recuerdas quién eres?
El poder de la voz
Por causas y azares, anoche escuché una entrevista en la radio. Sí, en mi casa hay alguno que escucha la radio. Y no soy yo.
El programa, El misteri de la vida, me mantuvo atenta con la tenue luz de la lámpara de la mesita de noche.
¿Será que el mismo nombre del programa radiofónico es profético para arrancar con las ediciones dominicales de este nuevo espacio? Me pregunto ahora al escribirlo.
La entrevista era para poner los cinco sentidos. Nada de ruido de fondo. No iba de parar oreja mientras haces otras cosas, porque ya ni nos permitimos escuchar a secas un programa de radio o un podcast sin un sentimiento de culpa, por no acompañarlo de otra(s) actividad(es). A lo mucho, lo hacemos cuando el cuerpo no resiste más y nos obliga a la quietud. Y, en ese caso, los pensamientos insoportables de la culpa & asociados, son la excusa perfecta para escuchar algo externo sin remordimiento. Vaya galimatías en los que nos enredamos facilito.
¿Desde cuándo escuchar(se) se volvió un lujo improductivo?

Escucho con frecuencia en mis tardeos de parque que las criaturas dicen, de manera enfática:
“¡Mírame, papá!. ¡Mírame, mamá!. ¡Pero escúchame!”.
Y después decimos lo mismo a nuestros hijos adolescentes. Y, al final del día, tal vez ni llegamos a saber ponerle palabras para decirle a la jefa, al amigo, a la pareja o a nosotras mismas:
“¡Mírame, pero escúchame!”.
Y estoy hablando de escuchar y mirar, no de la acción pasiva e involuntaria de oír y ver.
Vuelvo a sintonizar. La cadencia y el ritmo de la presentadora radiofónica me llevaron por otros parajes de mi geografía emocional. Increíble el poder de la voz.
Entrevistaban a dos chicas, con sus apenas 16 años, y a su tutora de escuela, de una edad similar a la mía.
Eco en retrospectiva
¡Vamos! Que me vi allí sentada, con las cargas que yo tenía en ese momento de mi vida. Envalentonada desde una mirada externa que articulaba mi voz, quizá una voz que hacía más eco de otras voces que de la mía propia. Algo que a todas y a todos, de alguna manera, nos ha sucedido, pues no deja de ser un momento de la vida en que los tumbos de la personalidad se mueven en diferentes direcciones buscando un cierto encaje en el engranaje de nuestro sistema familiar y social.
Me vi allí mismo, como si fuese a mí a quien entrevistasen. Me transporté a mis frescos 16, 17… con una perspectiva dibujada (o desdibujada) con más de cinco puntos de fuga. Sin llegar a imaginar que hoy me vería, en retrospectiva, con cierta ternura y compasión, también dando otro tipo de tumbos para ir dejando aquellas creencias que se fueron instalando en mi mochila por aquel entonces.
Ahora voy soltando muchas de aquellas cargas. Algunas porque ya no me son necesarias o funcionales, otras porque ya no me pertenecen, y sobre todo porque ahora no me da miedo soltarlas, aunque comporte alguna pérdida por el camino. Y no voy a negar que esto aculilla, y no poco.
Y ahí es donde la voz —la propia— cobra otro sentido.
Porque a veces creemos que encontrar la voz es decir más, hablar más fuerte, tener respuesta para todo, tener la mejor idea… y resulta que, en realidad, la voz aparece cuando te animas a no tenerla clara.
Cuando dejas de impostar lo que suena bien para escuchar lo que suena verdadero.
Ese asomarse a la intuición, al susurro interno o —francamente hablando en andino— a nuestra “malicia indígena”.
Incluso si al principio tiembla o hace pausas incómodas. Incluso si se parece más a un susurro que a una declaración de principios.
Pensé en todas las veces que hablé sin escucharme. Que hablé para cumplir. Para gustar. Para no desentonar. Y en las veces que me callé para sostener el decorado, para evitar un conflicto o para no incomodar. A veces, la voz no se apaga. Se va al fondo. Se mete en las tripas, se hace nudo, se duerme detrás de los ojos, se enrojece en la garganta o se aprieta en la espalda. Pero no desaparece.
Espera.
No tengo claro si ahora la juventud, goza de más margen para reconocer su propia voz.
Pareciera que hay más espacios, más tendencias, más colores… pero también un espectro tan vasto que facilita el perderse entre tantas posibilidades. Tal vez ya no respondan tanto a la voz del referente familiar, atraídos por el eco de otras voces que les permite tomar distancia para reconocerse. Pero, al fin de cuentas, otras voces que en muchos casos tampoco les pertenecen. Y tampoco pasa nada. Es parte de su proceso, de su biografía, de la nuestra.
Me quedo pensando, mientras escribo, en ese ruido de fondo, sintonizado o con interferencias de tantas voces posibles a lo largo de nuestra vida.
Sea como sea, sigue siendo radical y poético aprender a escucharse.
Xiomara
Ya sé que escuchar nuestra voz genera cierta molestia. Pero…
¿Qué continúas diciendo, que ya no es tu voz, para evitar un conflicto?
¿En qué momento te volviste extranjera o forastero de tu propia voz?
En la segunda parte, te acabaré de contar esta historia radiofónica y lo que he ido sacando de mi mochila empacada a los 17… 18 octubres. Nos leemos con la segunda taza de café.
Te leo en los comentarios. Escribir es escucharse. Escucharse aligera.
X
Si te mueres de ganas por recuperar tu voz, grabar tu propio episodio radiofónico sin pedir permiso a nadie, llámame y nos encontramos.
Sesiones presenciales y on line.
Sesiones 1:1 Descubre tu brújula + decide tu norte